Puto Diario:
Hoy es el día en el que
empiezo a manchar tus páginas con mis mierdas. Es eso o borrarle a alguien las
facciones de la cara a golpes contra la pared. Sé que tú aceptarás de buen
grado y sin rechistar los resultados de las frustraciones que me provoca el
comportamiento de algunos de mis semejantes y los llamo semejantes porque, como
yo, tienen cabeza, tronco y extremidades, ahí terminan las similitudes.
Hoy, como tantos otros días,
he salido a la calle con la mejor de mis sonrisas. Diez minutos han sido
suficientes para borrármela de la cara. Con los años he ido adquiriendo la
costumbre de ir por la acera bien pegado a la pared o bien caminando por el
bordillo como equilibrista en la cuerda floja, cansado de ir describiendo una
línea zigzagueante sobre el embaldosado, esquivando a todo aquel que demuestra
ser conocedor únicamente de la línea recta. ¿Tan complicado resulta asimilar un
concepto tan simple como el de apartarse? Por lo visto sí.
El niño, la niña, el jubilado,
la pija con su perrito, el ama de casa muerta de prisa, el ejecutivo estresado,
la anciana, todos van a lo suyo y siempre termino caminando como si todos los
demás fuesen apestados, saltando de un lado a otro y esquivando cuerpos.
Eran estas algunas de las
reflexiones que me iba haciendo cuando, de pronto, una fuerza bruta, un ímpetu
animal no sólo me sacó de la acera sino también de mis casillas. El empujón que
recibí no fue uno más, no fue un codazo, no fue un tropezón. Fue un impulso
tremendo que me obligó a caer de mi cuerda floja y me dejó desconcertado al
borde de una carretera donde un ávido conductor (esa raza también va a lo suyo,
no sólo la de los peatones) casi me lleva por delante.
Cuando por fin me sobrepuse a
la sorpresa inicial pude identificar el motivo de mi zozobra. Un tipo de más o
menos mi misma edad corría como perseguido por una horda zombie, como si la
tierra fuese a explotar y eso que ha quedado demostrado que las teorías
apocalípticas no son más que palabrería. Pero eso poco parecía interesarle y
demostraba que lo único que realmente le importaba era su propia premura,
siendo el hecho de que otros seres humanos ocupasen el espacio físico que se
interponía en su carrera algo fácilmente superable a base de empujones. Y esta
vez no sólo me molestó, me jodió en el alma. Así que como este año me he hecho
el firme propósito de ser malo y yo siempre cumplo mis propósitos, me dije a mí
mismo “¡Qué coño! ¡A por él que voy!” Y así es como me lancé yo también a una
carrera desenfrenada. Lo cierto es que al principio no conseguí avanzar mucho,
pero eso sólo fue así hasta que me di cuenta de que mi manía de no llevarme por
delante a la gente me estaba retrasando. Hace unos días no hubiese tomado la
decisión, pero como ahora soy malo decidí ponerme el mundo por montera y correr
en línea recta. Ay, puto diario… ni te imaginas la sensación de placer que
recorría mi cuerpo mientras la gente salía despedida a mi lado. No se libró
nadie, ni el niño, ni la niña, ni el jubilado, ni la pija, ni el perrito, ni el
ama de casa muerta de prisa, ni el ejecutivo estresado, ni la anciana.
Pero mi objetivo era él, el
desgraciado que me había sacado de la acera y, por fin, las distancias
empezaban a acortarse peligrosamente. Hice un último esfuerzo, aceleré un poco
más pues el cabrón sabía correr y conseguí alcanzarle, ponerme a su altura. Fue
entonces cuando me di cuenta de que en ningún momento había pensado que hacer
cuando le diese caza, así que actué dejándome llevar por mis instintos y con
toda la fuerza que pude extraer de mi jadeante cuerpo estiré los brazos y le
regalé el más impulsivo de los empujones. El tipo salió despedido hacia
delante, siendo adelantado por su mochila, que había decidido pasar del hombro
de mi víctima. Tal vez no debería haberme alegrado cuando el impacto contra el
suelo le partió uno de sus dientes, pero confieso que lo hice.
Todo el mundo nos rodeó
entonces, la gente se agolpaba en torno a nosotros. Al ver la sangre manando de
su boca comprendí que tal vez me había excedido. Ya ves, puto diario, aún me
quedan reminiscencias de buena persona. Los transeúntes se acercaron a mí y me
preparé para contraatacar los reproches que estaba a punto de recibir. Sin
embargo, para mi asombro, todos me felicitaron. ¿Qué coño estaba pasando? ¿Todo
el mundo se había hecho el mismo propósito que yo al comenzar el año? ¿Nos
habíamos vuelto todos locos? Pues no. Resulta que aquel tipo escupiendo sangre
y tirado todavía en el suelo era un chorizo que acaba de robarle la mochila a
una joven con la típica técnica del tirón. Por lo visto, acababa de convertirme
en un héroe cuando mi intención era justo la contraria. ¿No es irónico? En fin,
parece que la vida se empeña en no darle a uno lo que quiere. La gente me colmaba
de halagos y buenas palabras y yo sólo quería ser odiado.
Me fui de allí, caminando
absorto en mis pensamientos, tanto que no tardé en recibir un golpe de un
hombre que caminaba hacia mí y que, por supuesto, no se dignó a apartarse a mi
paso.