jueves, 28 de julio de 2016

RESEÑA: EL DÍA QUE PERDÍ MI SOMBRA de AÍDA DEL POZO

                Hola, mistercitos! Vengo a proponeros algo. Pensad en vosotros mismos, en vuestros sueños, vuestras aspiraciones, vuestras metas… ¿Qué es eso tras lo cual andáis? Tal vez sea el reconocimiento laboral o un ascenso, ganar más dinero, tener una relación estable por fin o romper la relación que ya tenéis y pasaros el tiempo que os queda en este mundo follando como conejos con unos y otras. Sea lo que sea, al final la conclusión sólo es una. Todos buscamos una única cosa. La felicidad.
                El camino para alcanzarla es lo que varía según de quien se trate, pero la meta, como he dicho, es la misma para todos. Esta es una consigna de la que no se libra nadie, ni los buenos ciudadanos de a pie ni los seres más siniestros del callejón. Todos tenemos nuestro corazoncito al fin y al cabo. Y es de esto de lo que vengo a hablaros. O, para ser sinceros, mejor decir que de lo que voy a hablar es de la novela EL DÍA QUE PERDÍ MI SOMBRA de la autora Aída del Pozo.
                Para comenzar diré que ya me había leído su debut literario, EL SILBIDO DE LA SERPIENTE. Desde ese momento me declaré fan incondicional de la escritora y esperaba impaciente su siguiente lanzamiento. Por fin me lo he leído y, de nuevo, la del Pozo vuelve a sorprenderme. Si su primera novela era un recorrido por una mente perversa y enferma, aquí nos topamos con otro retrato de mentes oscuras, pero llevándonos a un plano de intimidad, a mi gusto, mucho mayor.
                La novela nos narra la perturbadora historia de Noelia, una mujer que ya no es ella misma, anulada tras varios años inmersa en una dañina relación que la apartó de su vida de recién casada para introducirla en una espiral de prostitución, drogas y delincuencia. Dejar atrás esta vida y comenzar una nueva es la única forma de que Noelia pueda recuperar la esencia de la mujer que una vez fue, la sombra a la que hace referencia el título.
                Por supuesto, esto no podrá hacerlo sola y ahí es donde entra su mejor amiga de la juventud, Pilar. Con su ayuda, Noelia comienza una huída in extremis tratando de librarse de toda la oscuridad que domina su mundo. Tratando de dar esquinazo a Curtis, el hombre que robó su autoestima y que lidera una red de prostitución y drogas en Madrid, la protagonista termina escondida en un recóndito pueblecito. Allí espera al momento en el que Santiago, policía y marido de Pilar, organice todos los detalles necesarios que le proporcionen a la joven una nueva identidad y un restablecido control sobre su vida.
                Por supuesto, Curtis no se quedará de brazos cruzados. Ciego por la rabia de haber perdido a quien considera de su propiedad, pone a todos sus hombres a trabajar para encontrar a su mujer, que parece haber desaparecido de la faz de la tierra.
                En medio de todo el entramado, conocemos a una serie de personajes, casi todos ellos hundidos o atrapados en este mundo proscrito. Es ahí donde nos damos cuenta de que hasta el ser más vil tiene también sentimientos. Y es que si obviamos sus habituales prácticas obtenemos a personas que no se diferencian tanto de ti o de ti o incluso de mí.
                Todos ellos buscan incansables a Noelia y cuando toda esperanza de encontrarla parece ya perdida, una inesperada pista llevará a la banda hasta Miraflores, un turístico pueblo de la sierra madrileña. Los misterios empiezan a desvanecerse y el cerco en torno a la joven se estrecha. Todo parece encarrilarse en un único sentido. Poner a Curtis y a Noelia frente a frente.
                ¿Conseguirá la joven recuperar su sombra? Eso es algo que, por supuesto, no voy a deciros. Lo que sí haré será aseguraros que la lectura de EL DÍA QUE PERDÍ MI SOMBRA supone un placentero paseo por las vidas de los protagonistas, unas vidas consumidas por la oscuridad, la lujuria, el miedo, la ambición, el servilismo y muchos otros bajos instintos del ser humano. Y es que a pesar de desarrollarse en ambientes de baja calaña y escasa moral, la novela se lee con un cierto tono de ternura y empatía. Es ahí en donde radica la genialidad de esta obra.
                Bien es cierto que los sucesos que aquí se relatan son, en gran medida, duros en extremo (valga como ejemplo la gráfica paliza recibida por una prostituta) y, sin embargo, uno no deja de sentir cierta empatía hacia todos sus personajes, los más violentos y rudos incluidos. Ese es el resultado de la gran labor de Aída del Pozo en esta historia. La autora se hace con un grupo de personajes que se mueven entre el tráfico de drogas y el proxenetismo y los dota de alma, tal vez un alma extraviada, una sombra perdida, pero que, de un modo u otro, sigue estando ahí. Por mucho que ellos proclamen que carecen de ella, la tienen y, casi abriéndose en canal, nos la muestran en las páginas del libro.
                Aída del Pozo nos presenta así una historia de buenos y malos pero, saltándose los típicos clichés, los malos no son tan malos y los buenos… ellos se lo han buscado.

                Como ya he comentado, con su anterior novela tuve una sensación y, ahora, EL DÍA QUE PERDÍ MI SOMBRA me lo ha confirmado. Estamos ante una autora de personajes. Sabe trabajarlos, profundizar en sus sentimientos, en sus anhelos, en sus miedos… En definitiva, sabe hacerlos complejos y hacerlos tan reales como para que traspasen el papel o la pantalla (según el caso) y lleguen al lector hasta convencerle de que en verdad les conoce.
                Otro punto a destacar es el estilo calmo y tranquilo de la novela, algo que contrasta con las atrocidades que a veces se narran. El contrapunto resulta realmente efectivo y de este modo, sin prisa, pero sin pausa, uno llega al final casi sin darse cuenta y lamentándose de tener que despedirse de unos personajes tan maravillosos.
                Y así es EL DÍA QUE PERDÍ MI SOMBRA, una novela de contradicciones, sangre, dolor, heridas, vejaciones, sospechas, desaliento, pero también de amor, amistad pura, capacidad de perdón y búsqueda de la felicidad, en la que cada extremo tiene el peso exacto para hacer de este título una novela maravillosa.

                Como veis, la del Pozo me ha conquistado y también lo hará con vosotros. Estad atentos estos próximos días si no me creéis.

TÍTULO: El Día que Perdí mi Sombra
AUTOR: Aída del Pozo
PÁGINAS: 230
EDICIÓN KINDLE: 2.99 €
EDICIÓN PAPEL: 11.86 €

viernes, 1 de julio de 2016

RELATO: EL CONVENCIDO INNECESARIO

La noche cerrada tenía a la ciudad durmiendo, arropada bajo su manto de oscura calma. Sólo el sonido de algún motor fortuito se abría paso a través del silencio estrellado. Sólo eso, todo lo demás era plácida quietud. O puede que no. En el piso treinta y seis de aquel edificio en el centro alguien no dormía.
En la cornisa, junto a la ventana y con la espalda pegada a la fachada, Nandi permanecía de pie y estático. Ante él se abría un vacío que le llamaba con insistencia; era una sensación de peligro y a la vez de plenitud. La brisa nocturna le envolvía con una ligera fuerza a aquella altitud, llevando a su boca un extraño sabor. Nandi inclinó su cuerpo unos centímetros hacia delante. Se detuvo. El asfalto treinta y cinco pisos más abajo parecía llamarle con aire juguetón. El hombre se incorporó recuperando su postura inicial. Aquello era desesperado, pero tenía que hacerlo. Había sido el peor día de su vida y la incapacidad de dar aquel paso sería la confirmación de que absolutamente todo estaba en su contra. Resuelto, volvió a inclinarse una vez más.
–¡Espera! ¿En qué estás pensando?
En la ventana del piso de al lado una cabeza surgía con toda la alarma de la que podía hacer alarde. Suso, su vecino, extendía el brazo tratando de persuadirle.
–No lo hagas –insistió.
–¿Qué más da? Con todo lo que llevo hoy sufrido no creo que pueda hacerme mucho más daño –dijo Nandi.
–Aún así, si lo piensas, siempre hay motivos para ser fuerte.
–No creo que me quede nada por lo que ser fuerte, la verdad –dijo Nandi inclinándose un poco más.
–¡No! ¡Recapacita, coño! Después no habrá vuelta atrás.
–¿No crees que estás exagerando? Tampoco es que vaya a ser el fin del mundo.
–Hombre, el fin del mundo no aceptó Suso–. Por eso siempre hay opciones. No tienes por qué terminar así.
–Todo lo que podía terminarse lo hizo esta mañana –se lamentó Nandi.
–De acuerdo –dijo su vecino sacando una pierna por la ventana. Si tú lo haces yo también.
Y tras estas palabras el hombre se situó también en la azotea junto a Nandi.
–Tú mismo dijo Nandi encogiéndose de hombros, haz lo que quieras.
–Te lo advierto, no dudaré en saltar.
–¿Estás hablando en serio? –Nandi se alarmó por primera vez desde el comienzo de aquella situación–. ¿Estás loco o qué te ocurre? No piensas lo que dices.
–Sé perfectamente lo que estoy diciendo.
–Si así lo crees, pero para mí que no coordinas.
–No más que tú, un tío en la flor de la vida y aquí subido en esta azotea. Créeme, aunque ahora no lo veas así, la vida puede ser maravillosa.
–Sí, claro –soltó Nandi echando mano del sarcasmo. Eso vas y se lo cuentas a la zorra de mi mujer, la misma que se ha encargado de reventar esa vida tan maravillosa.
–¿Qué es lo que ha hecho? –se interesó Suso.
–¿Que qué es lo que ha hecho? Poca cosa, sólo llevaba años engañándome con el primero que se le ponía a tiro.
Bueno, hombre... Eso es algo muy común hoy en día. Encontrar a alguien a quien su pareja no le haya puesto los cuernos es más complicado que la conversación entre un ciego y un sordo. 
–Si eso fuese todo...
–¿Es qué hay más?
–La muy desgraciada me engañaba, yo lo sabía, pero, al menos, ella siempre volvía a casa por la noche. No es que fuese un gran consuelo, pero ya me había acostumbrado a aceptarlo como tal. Sin embargo, hoy ha sido distinto. Hoy me ha dejado por un comercial de Vodafone.
Ufff... Eso es duro, tío –admitió Suso. ¿Y no lo viste venir?
–Debería haber sospechado cuando la zorra cambió de compañía telefónica y cuando empezó a aparecer por casa con teléfonos, fijos y móviles, tablets y demás historias, pero no lo hice. Creí que eran estrategias de mercado de la compañía o qué se yo...
La competencia es dura, lo admito reflexionó Suso, pero no, no creo que se haya llegado al punto de que los comerciales tengan que follarse a la clientela por una tarifa plana.
No me estás ayudando en absoluto protestó Nandi.
–Bueno, tú piensa que el mundo está lleno de mujeres estupendas esperando a que las conozcas Suso trataba de dar un nuevo giro a la conversación.
–Pero yo no quiero conocer a otra. ¡La quiero a ella!
–De acuerdo, tranquilízate. Tal vez tengas razón. Puede que necesites tiempo. ¿Por qué no vuelves dentro y piensas sobre ello?
–No puedo pensar. Estaba a un paso de aclararme las ideas cuando viniste a interrumpirme.  
–Y no sabes lo mucho que me alegro de haberlo hecho. Si hubieses dado ese paso ya no habría ideas que aclarar.
–¿Tú qué eres? preguntó Nandi, ya sin ocultar su impaciencia. ¿Un tremendista o un ex fumador? Es que no veas lo pesado que te estás poniendo.
–¿Ex fumador? –se extrañó Suso.
–Mira, no tengo toda la noche. Tú haz lo que quieras… –sentenció Nandi que, con decisión, inclinaba ya su cuerpo hacia adelante.
–¡No lo hagas! –gritó Suso tratando, desesperado, de sujetarle.
–¡Que me dejes! –Nandi soltó un golpe de brazo en un intento de librarse de la oposición de su vecino. Sin embargo la vida es perra y, cuando el desmoralizado hombre creía que las cosas no podían ir a peor, se topó con la demostración de su error. El intento por librarse de Suso fue más desafortunado de lo esperado y la mala pata hizo que su vecino diese un fatal traspié. Que Suso se precipitase al vacío fue cuestión de una milésima de segundo.
–Oh, mierda –se lamentó Nandi olvidándose por un momento de sus problemas, viendo como la figura de su vecino se hacía cada vez más pequeña al tiempo que la velocidad de su caída aumentaba y su desgarrador grito se alzaba por encima incluso de los motores fortuitos que agrietaba el silencio nocturno.

CINCO MINUTOS ANTES:
A treinta y seis pisos de altura Nandi, asomado a la ventana de su piso, contemplaba el horizonte de la ciudad con las siluetas de los edificios, tintadas con el color de la noche, recortándose en todas partes. Meditaba Nandi sobre su vida y la conclusión no podía ser más nefasta. Tenía treinta y nueve años, su situación laboral no era lo que podía llamarse perfecta ni registraba ningún logro memorable, vivía en un piso de alquiler y su mujer acababa de abandonarle por otro. ¿Qué más podía esperar?
El sabor del Martini que se acababa de tomar aún conservaba algunos reflejos en su paladar y parecía pedir el aroma de un cigarrillo con el que combinarse. Nandi echó mano a su bolsillo y extrajo la cajetilla de tabaco. Jugueteó con ella en sus manos antes de abrirla. Fue entonces cuando una inoportuna torpeza de sus dedos hizo que la pequeña cajita de cartón se resbalase de entre sus manos. Nandi volvió a lamentar su suerte. Sin embargo, pronto se dio cuenta de que la tragedia no era tanta. Aquel problema si tenía solución. La cajetilla no se había precipitado al vacío sino que había ido a parar a la cornisa. Sólo tendría que salir a recogerla. Nada tenía que salir mal esta vez...